2 de septiembre de 2011

A veces un abrazo vale más que mil palabras

podía notar su presencia, estaba aquí. Caminé lento hacia el armario en el que mi madre  solía guardar los trastos para limpiar. Podía escuchar su respiración, el latido de su corazón, podía oler su miedo,  abrí la puerta y allí estaba acurrucada en una esquina, tirada en el suelo, con lágrimas derramadas por las mejillas, y otro montón de ellas en los ojos preparándose para salir. Levantó  la vista, y al verme se lanzó a mis brazos, le abracé como si me fuera la vida en ello, encajábamos a la perfección, y no soporté la idea de perderla, éramos como dos mitades, si una se perdía, la otra se partiría a pedazos.
Seguimos así, abrazados, callados, solo con el ruido de nuestras respiraciones y algún que otro sollozo de Elisabeth.
- Tranquila. - le susurré estrechándola aún más entre mis brazos, cosa que hasta ahora me había parecido algo imposible.- Estoy aquí, tranquila.
- Pensé... Pensé que habías muerto Nathan. Pensé que no volvería a verte.
Me separé un poco para mirarle a los ojos, aquellos ojos azules que tantos sentimientos me mostraban día a día, aquellos ojos de los que me enamoré.
- Te Quiero, y nunca dejaré que te hagan daño.- le besó la frente y se volvieron a abrazar. permanecieron así horas, pero ninguno de los dos dijo nada, no les hacía falta, pues aquel abrazo valía más que mil palabras.

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