2 de septiembre de 2011

Dulces sueños

Seguí corriendo, no podía parar.
Intenté apartar las ramas como podía para poder pasar, mis brazos estaban llenos de arañazos enrojecidos, el sudor empezó a caer hasta llegar a mis ojos, intentando cegarme, seguí corriendo sin mirar atrás.
De repente frené en seco, no me había dado cuenta de lo que tenía delante, un cortado, no había forma segura de bajarlo, pero tenía que hacerlo o me cogerían.
Empecé a correr, sin pensar el riesgo que corría al hacer eso, sin pensar en lo larga que era la caída, el golpe que se llevaría cada hueso, músculo de mi cuerpo al chocar con el suelo, sin pensar que lo que estaba haciendo era un suicidio, que al final si conseguía salir de él con vida habría sido mi salvación. Habría conseguido ganar algo de tiempo si lo conseguía, el suficiente para salir de todo esto con vida.
El camino cada vez era más estrecho, más difícil de cruzar, decidí ralentizar el paso, entonces escuche sus gruñidos, estaban cerca, no podía pararme ahora, tenía que escapar. Comencé a la carrera y entonces sucedió.
Me resbalé, empecé a caer, intenté agarrarme a cualquier rama o piedra, que estuviera dispuesta a sostener mi peso, pero no lo conseguí, caí. Noté como cada hueso de mi cuerpo se rompía, estaba perdida, no podía coger aire, y dejé de intentarlo, esperando que todo acabara, las lágrimas empezaron a caer por mis mejillas creando así surcos en el barro que se había pegado a mi cara. Dejé de escuchar y no podía abrir los ojos. Todo había acabado.
-¡Alice! ¡Despierta! -escuchó los gritos de su madre desde la cocina.
Todo  había sido un sueño… no, no podía haber sido un sueño, había sido tan real. Cuando se levantó descubrió que tenía barro en las piernas y estaba sudorosa.
-¿has tenido dulces sueño cariño? –le preguntó su madre a la vez que le daba un sorbo a su taza de café.
- demasiado dulces, mamá.
Algo le decía que no había sido realmente un sueño.

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